Simplemente piensa: si un día viniera Dios y dijera: «Ya no hay problemas: ¡Se acabó, todos los problemas se han ido!». ¿Qué harías tú? Simplemente imagínatelo. La gente se quedaría atascada. La gente empezaría a enfadarse con Dios. Dirían: «¡Esto no es una bendición! ¿Qué se supone deberíamos hacer ahora? ¿No hay problemas?». Entonces de repente la energía no se movería hacia ningún sitio, entonces te sentirías estancado. Para ti el problema es una forma de moverte, de seguir, de continuar, de esperar, de desear, de soñar. El problema te da muchas posibilidades de mantenerte ocupado. Y estar desocupado, o ser capaz de estar desocupado, es lo yo llamo meditación. Una mente desocupada que disfruta de los momentos de desocupación es una mente meditativa.
Empieza a disfrutar de algunos momentos desocupados. Aunque el problema esté ahí (tú sientes que está ahí, yo digo que no está, pero tu sientes que está ahí) pon el problema a un lado y dile al problema: «¡Espera! Hay vida, toda una vida. Yo te resolveré, pero en este momento déjame tener un pequeño espacio, desocupado de problema alguno». Empieza teniendo algunos momentos desocupados. Una vez que los hayas disfrutado verás claramente que los problemas eran creados por ti porque tú no eras capaz de disfrutar de momentos desocupados, así que los problemas llenaban el hueco.
¿No te has observado a ti mismo? Sentado en una habitación, si no tienes nada que hacer empiezas a sentirte nervioso, empiezas a sentirte incómodo, empiezas a sentirte inquieto. Encenderás la radio, o la televisión, o empezarás a leer el periódico que ya has leído tres veces desde la mañana. O sino te queda otra salida, te pondrás a dormir para poder crear sueños y volver a estar ocupado. O empezarás a fumar… ¿Te has dado cuenta? Cuando no tienes nada que hacer, se hace muy difícil estar, simplemente estar.
De nuevo diré: No hay problema. Acepta el hecho de que en la vida no hay problemas. Si tú quieres tenerlos, adelante, disfruta con todas mis bendiciones. Pero la verdad es que no hay problema.
Osho, de La Experiencia Tántrica